Celos, traiciones, amores...también desencadenados. "Otelo", la genial obra de Shakespeare, que todos hemos pispeado alguna vez, habla de aquellas cosas que nos pasan a todos. Humanos al fín, dicen que somos. Y es que somos lo que somos, aunque duela.
En "El Nacional", Pepito Cibrián y Angel Mahler están dando su propia versión del drama. Más que drama, un dramón, como dice el mismo Mahler. La recreación es una maravilla. Una vez más, Juan Rodó, el mismo de "Drácula", dueño de una voz que retumba hasta lo más profundo de las entrañas. Vestuario, escenografía, orquesta en vivo, letras y música, despliegue escénico. Todo lo que el crítico más crítico puede exigir.
¿Qué está más cerca de la ópera que de los musicales de Broadway a los que la dupla Cibrián-Mahler nos tiene acostumbrados? Digo...¿Y qué? Si es ópera, bienvenida sea al pueblo, ávido de talentos y un "cacho de cultura", frente a tanta tinellización o...¿teta-lización?.
Dicen que no hay magia más mágica que la de un teatro vacío. Lo dicen los que saben y no están equivocados. Olores, pasos, instrumentos que se van afinando, pruebas de escena, momentos. Pude comprobarlo y lo aseguro. No la hay. Especialmente cuando se sabe que, a los pocos minutos, ese teatro se llenará para dar paso a artistas capaces de conmover hasta las lágrimas y provocar aplausos inconmensurables, el pan suyo de cada día. Porque todo artista que se precie de tal vive de eso, del aplauso. Y "Otelo" se los lleva puestos a todos. Merece la pena verla.
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