Corría 1923 y Enrique tenía tan sólo 16 años. Se había instalado en la ciudad de Goya, Corrientes, luego de emigrar con su familia desde Suiza, escapando del hambre y la guerra que abatían Europa. Argentina era, por entonces, el paraíso mágico y la promesa de un país inmensamente rico.
En Goya, el prostíbulo representaba algo así como "el club del pueblo" y Enrique no tardó en hacerse amigo de Canoi, el "portero" del lugar. Además de ponerlo al tanto de los secretos pueblerinos, el hombre le ofreció su tesoro más preciado: la colección completa de "Caras y Caretas", que le había dejado un cliente a modo de pago. El joven se embarcó en la aventura de desmenuzar los textos de un médico vienés, que daba a conocer la publicación y que hablaba de "cosas raras" para la época. Sexualidad. Mala palabra si las había en un país pacato, al menos afuera del prostíbulo.
Enrique se enamoró de esos textos. Los leyó y los releyó sin saber, ni imaginar siquiera, lo que el destino le tenía preparado.
Pasaron los años, el adolescente se recibió de médico pero nunca olvidó -ni abandonó- su pasión por lo que decía aquel colega vienés, al que muchos llamaban "loco". Enrique no era otro que Pichon Riviere, el mismo que un día llamó "cafishos de la angustia" a los psicoanalistas pero, también, quién más hizo por la introducción del Psicoanálisis en la Argentina, de la mano de unas viejas revistas, dejadas como pago de un cliente a una prostituta en un pueblo de Corrientes, donde, por primera vez, se publicaron -casi subrepticiamente, como para no provocar escándalos- los textos de Freud.
1 comentario:
No por repetida, ya que la escuché varias veces, es una linda historia. Seguí así con el blog, vas por el buen camino. Saludos
Publicar un comentario