miércoles, diciembre 05, 2007

NUESTRO NIÑO INTERNO


Lo abandonamos cuando nos hacemos “adultos”. Lo maltratamos e ignoramos. También lo cargamos de responsabilidades, en una corrida interminable detrás de necesidades materiales y problemas. Y hasta lo castigamos de la peor manera: dejando de jugar.
Hablo del mismo que nos dio tantas alegrías, que despertó nuestra inocencia, nuestros sueños y los más profundos afectos, esos que, cuando crecemos, nos olvidamos de cultivar. Es el “NIÑO INTERNO” que, aunque lo descuidemos a menudo, todos llevamos adentro. Y que necesita, como todos los niños, de mimos y caricias.
Mucha gente confunde “adultez” con aburrimiento. Ser adulto no implica no ser creativos, sinceros, espontáneos y alegres. Ser adultos no significa olvidar que la vida es un juego. El más maravilloso y sorprendente de todos los juegos.
Ya lo dijo Louise Hay: “Contempla a tu niño interior de la forma que te sea posible y observa que aspecto tiene y cómo se siente. Tranquilízalo y consuélalo. Pídele disculpas. Dile cuánto lamentas haberlo tenido abandonado. Has estado alejado de él durante demasiado tiempo y ahora deseas compensarlo. Prométele que nunca jamás volverás a abandonarlo. Dile que siempre que lo desee puede acercarse a ti, que tu estarás allí para él. Si está asustado, abrázalo. Si está enfadado, dile que está muy bien que exprese su enfado. Y, sobre todo, dile que lo amas muchísimo”.
El niño interior es esa parte de cada uno de mayor sabiduría. Dejémoslo emerger, alegre, lleno de confianza, viviendo el presente y gratificándose sin hacer daño a nadie, en su mundo, ese en el que no existe la hipocresía, porque todo es pureza y espontaneidad. Démonos esa oportunidad. Aunque sea una utopía -otra más- lo merecemos.
“No dejamos de jugar porque envejecemos, sino que envejecemos porque dejamos de jugar”. Sabia reflexión, seguramente, surgida de algunos de esos niños que tan a menudo dejamos solos y desprotegidos.

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